El martes recé después de mucho tiempo. Me estaba yendo a dormir y le pedí algo a Dios. Bah, a Dios, al universo, a los astros. No sé quién habrá sido el receptor de mi oración. No fue algo religioso, para nada. Fue más bien egoísta. Pedí algo que quería y, al día siguiente, me llegó. Fue bizarro y me desconcertó un poco. Pensé en cuántas chances había de que sucediera eso, de pedir y recibir tan instantáneamente y con tan poco esfuerzo. Me pregunté si realmente alguien había escuchado mi pedido o si yo era todopoderosa.
¿Vale rezar así? La noche del miércoles, cuando amagué con rezar de nuevo, sentí un poco de culpa. Estuve todo el día evaluando qué más quería, e intentando disfrazarlo de oración. Mi rezo no había sido una conversación. No le pregunté a Dios si había algo que yo pudiera hacer por él. Simplemente, pedí que sucediera algo para mí, sin ofrecer nada a cambio. Fue un rezo poco cristiano. Una parte mía cree que, si rezás, te tiene que respaldar algún motivo altruista: pedir por alguien que tiene cáncer o para que no haya más gente durmiendo en la calle. Mi pedido no tenía nada de altruista; no era terminar con el hambre ni la corrupción, ni que no haya más guerras ni odio. Pedí pensando en mi ego, en mis inseguridades y en mis emociones. Y conseguí lo que quería.
De ahí la duda sobre mi omnipotencia. Si Dios existe, debe estar ocupadísimo. Hay tanta mierda en el mundo que no creo que tenga tiempo para cumplirme mis caprichos. Me lo imagino sentado en su oficina en el Cielo, leyendo papeles de una pila que le dejo el Ángel Gabriel, y metiendo los pedidos frívolos y banales que recibe en una trituradora . Además, hay tanta gente que reza y no consigue lo que quiere. ¿Por qué yo, que no soy religiosa ni voy a la iglesia, obtengo una respuesta casi inmediata a mi pedido, uno completamente trivial? Debo haber sido yo, entonces, quien cumplió mi deseo, porque soy todo lo que Dios no es: egoísta, pecadora y humana. Y sólo alguien así podría priorizar conceder algo como lo que yo pedí antes que ocuparse de asuntos más urgentes.
Pero, de a momentos, mi corazón se llena de una ilusión y esperanza que mata brevemente mi cinismo. ¿Y si en realidad es así de fácil? ¿Y si Dios quiere que tengamos las cosas que pedimos? No lo conozco personalmente, no sé bien cuál es su plan. Pero, si es así, capaz rezar entonces es la forma en la que nos sinceramos y nos hacemos cargo de lo que realmente queremos. Y tal vez lo que más aprecia Dios es esa honestidad, esa comprensión de que él es capaz de darnos todo, esa voluntad para rendirnos y aceptar que somos chiquitos y que las cosas están fuera de nuestro control. Quizá eso es lo que él valora, lo que tiene en cuenta cuando decide responder a nuestras oraciones. Porque pedir es entender que solos no podemos.
Voy a seguir rezando, entonces. Así aprendo a pedir.